Hay una desolación, una honda tristeza, una endémica nostalgia que recorre miles de corazones de muchos hogares de Venezuela, es ese fenómeno migratorio que está destrozando hogares, familias y corazones el cual llaman “La Diaspora Venezolana”; a primeras luces parecía beneficiosa, nuestros jóvenes se llenarían de conocimientos y experiencias y cuando volvieran, volcarían todas esas vivencias y cosecharían exitosos empredimientos, igualmente al principio parecía que era puro faranduleo de “me iría demasiado” pero no resulta tan romántica y indenme cuando toca tu puerta que como un cancerbero que viene a reclamar tu alma que le vendiste, golpea tu estabilidad emocional para llevarte un familiar o casi a toda tu familia para cruzar los andes como si de una comiquita de Marco se tratara. Esa es la Malvada Diaspora, un sentimiento cruel, un dolor punzante que te arranca el alma y te deja como cascarón deambulando en una nación de casas muertas, una pesadilla, un laberinto de minotauro, en una infernal distopía que rivalizaría con 1984.
Dicen que no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista, pero en enero de 2019 serán 20 años que se cayó en esta cárcava de error existencial. ¿Faltarán 80 más, para que este cuerpo con nombre de mujer se termine de romper? Otro dicen que estamos en la mitad de las vacas flacas, pero a estas alturas no se si esas vacas flacas vayan a sobrevivir. Pero es que ya no es solo de otra genialidad de las torturas castrochavistas como la infame “Dieta Maduro”, esta Malvada Diaspora, nos agujereó el corazón, la Dieta Maduro no agujereó el estomago y la voraz hiperinflación nos agujereó el bolsillo. ¿Cuántos caballos más hacen falta para terminarnos de descalabrar? ¿Cuánto sellos, trompetas, plagas y copas de ira faltan? ¿Fue tan grande la maldición de abrir la tumba de Bolívar? Así que cuando empezabamos a tolerar la Dieta Maduro, y ya se habían recuperado muchos, de las cadavéricas y envejecidas caras que nos había dejado la tan mentada dieta, y creíamos haber encontrado la solución, que era salir despavoridos de estos escombros, huyendo muchos ya no como los herederos de aquellos libertadores sino como sus hijos famélicos que cayeron bajo los cantos de sirena del populismo; rematando sus bienes, deambulando por America del Sur, atravezando los Andes, la Amazonia, la Guajira y los Llanos; entonces nos dimos cuenta que el remedio fue peor que la enfermedad.
Y aquí seguimos, presos del whatsApp, temiendo la Navidad y el cañonazo de este 2018, en como se nos arrugará el corazón cuando volteemos y ya casi no hay nadie sino llamadas perdidas de iconitos verdes. Cada vez somos menos y cada vez estamos más dispersos; la melancolía, la nostalgia y la tristeza son nuestras vecinas; cada día amanecen más caras largas y ojos hinchados porque despidieron nuestro futuro, nuestros amigos, nuestros médicos, nuestros albañiles, nuestros hijos, nuestros niños, nuestros nietos, nuestros sobrinos, nuestros primos, nuestros amores, nuestros profesores; los buenos y los malos, los queridos y los que ignoramos, los valiosos y los flojos. Son muchos y quisieramos represarlos, hacerles un muro como Trump. Otros dirán: “Pero Vete tu también, sal de ese país de casas muertas, de caminantes, de penitentes del Carnet de la Patria” Pero tampoco nos podemos ir todos y cantar orgullosamente “Me Fui” ¿Quién cuidará nuestras casas, nuestros campos, nuestras escuelas? ¿Quién enseñará a los niños descalzos, sin padres que todavía hay futuro y esperanza? ¿Quién sostendrá la esperanza en estos escombros? De alguna manera todos somos valientes, los que se lanzaron en sus balsas de automotor para navegar a la ventura de la Ámerica del Sur, y los que quedamos huerfanos en medio de este rojo-rojito huracán que sigue demoliendo lo que queda en pie. Nadie escapa de esta penitencia, aún los que se arrodillaron a este Nabucodonozor, todos han padecido; ha debido de ser muy grande nuestras faltas, porque son muchos azotes. Solo esperamos que la Misericordia de Dios acorte esos castigos y la hora del renacimiento y del retorno se aproxime. Creo que otra calamidad más no la superaríamos; hemos sido fuertes, pero tenemos miedo de sufir otro golpe sísmico, titánico e infernal como la inombrable dieta que decían que llegaría a hambruna. Pero está latente esta desgarradora Diaspora que ha hecho giñapos los corazones ¿Qué nuevas sorpresitas aguardarán? Los profetas del desastre y que intervenciones de los cascos azules, guerra civil, hambruna y hasta un mega-terremoto más grande que el que pronostican hundirá el Parque Yellostone, solo falta que digan que solo a Venezuela se dirige el Hercóbulus. Enfermos y febriles, solo nos quedará implorar misericordia divina, para despertar de esta monocromática pesadilla color sangre. ¿Veremos luz al final del tunel? ¿Saldremos del pozo cenagozo de la deseperación? ¿Qué faltará? ¿Qué más apego nos arrancarán? La comodidad, los avances tecnológicos, los servicios públicos, la buena vida, la familia, los pasaporte, la buena educación, la libertad de expresión, etc, pero mientras tanto La Malvada Diaspora sigue dando esperanzas para que más gente se llene de miedo, rabia, desesperanza y empiezen a huir como ratas de un barco en llamas. Huyen ricos y pobres y cada vez más vacío y manipulable queda el país. ¿Y qué queda para estos Quijotes? ¿Luchar contra esos malvados molinos? Escribir post reaccionarios, esperando que encienden las alarmas del SEBIN y terminar en sus mazmorras. No, la lucha ya no es quemar cauchos, montar una guarimba o quemarse los dedos en twitter. No vendrá un Mesías, ni los Marines, solo queda llorar y humillarse ante nuestro Dios y esperar su tiempo de perdón y recogimiento de sus hijos venezolanos y ese sueño navideño familiar lo podamos volver a vivir. Asi sea. Y reunirnos con los nuestros y comer hallacas, pan de jamón, dulce de lechoza; abrazar a la vecina que también le regresó su hija y escuchar el vecino que canta aguinaldos porque se pasó de miche. Ese es nuestro gran deseo: “Una reunión familiar”, la reunión de todos los hijos de Venezuela. No queremos que pasen siglos como le sucedió a los judíos, contamos los minutos con agonía, para cantar ya no lloriqueando “Me Fui” sino un “Me Vine” y no en un trucado parapeto del G2 y el españolito Serrano del “Plan Vuelta a la Patria” sino en una canto de bendición porque sus hijos han vuelto, ayer pródigos, pero mañana más ciudadanos del mundo dispuesto a construir de los escombros dejados por la hecatombe madurista. Ahora los temas políticos y económicos, ya nos interesa más, porque ya no queremos estar dispersos, queremos derrotar a esa Malvada Diaspora y que solo sea un feo recuerdo de nuestros errores republicanos, como un cuento triste de navidad pero bolivariano, como un fantasma más del populismo. Queremos despertar de esta pesadilla chavista, queremos escapar de esta distopía tercermundista y de cartón piedra y no ser más la vergüenza de Ámerica Latina. Queremos que todos vuelvan a nuestra Casa Grande y ya no seamos noticias vergonzosas. No queremos conformarnos con “Casa Venezuela” en todas las capitales del mundo, la internacionalización de la arepa, el patacón y papelón con limón y la Harina P.A.N. generándole más lechugas a la POLAR. Queremos una nueva oda de “Vuelta a la Patria” una vuelta masiva, entusiasta y ruidosa, llena de risa y de optimismo, con notas de cálipso y con sabor a Pabellón Criollo.